Miguel Calero fue un excelente guardameta, quizás hay gente
que no lo vea de esa manera porque al Cóndor le tocó peleársela con otros dos
grandes, como lo fueron Oscar Córdoba y Faryd Mondragón. Sus voladas, sus
reflejos y sus locuras son cosas que quedaran guardadas en las retinas de
quienes solo logramos observarlo en los partidos de fútbol.
Pero saliendo de su profesión, Miguel fue una grandísima
persona. Cuando estaba en el Sporting, y apenas daba sus primeros pasos en el
profesionalismo, mandaba casi todo su sueldo a sus padres en su casa, como le
confesó su ex compañero José Luis Hernández al colega Rafael Castillo del
Diario ADN.
En Barranquilla, Calero comenzó a ser figura dentro y fuera
de las canchas. En su paso por el Cali y Nacional siguió cosechando gloria, y
dejó seguidores regados por doquier, pero en México logró su éxtasis
futbolístico.
Más de 10 años jugando en el Pachuca, donde casi siempre fue
titular, donde era el capitán, y donde fue el ídolo del equipo mexicano. Aquí
ganó títulos nacionales e internacionales, se cansó de levantar copas, dar
vueltas olímpicas y pudo bañarse en gloria.
Pero sus actuaciones no se concentraron nada más sobre el
césped. Calero era un modelo a seguir para muchos niños, y él lo sabía. Una vez
le prometió a un niño que sufría cáncer que se raparía la cabeza y nunca más
dejaría que le creciera pelo, para apoyarlo no solo a él, sino a todos en su
condición, y así fue.
Cuando sufrió la trombosis en el brazo muchos pensaban que
no iba a volver a jugar fútbol, pero él volvió y pudo alzar dos veces más la
Copa de Campeones de la Concacaf.
Siempre fue un luchador, nunca se dio por vencido, siempre
quiso más, por eso al retirarse siguió trabajando con el Pachuca y tenía planes
para el futuro.
Nunca escuche una crítica de él, y es que era imposible
hacérsela, siempre fue un caballero. Lo despidieron como un ídolo, porque eso
fue, y eso se lo ganó no solo por sus actuaciones en la cancha, pero por cómo
era como persona.
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