domingo, 14 de octubre de 2012

El Arquero


Siempre me pregunte por qué alguien escoge ser arquero, exceptuando a los que son de la misma especie, esos que son hijos de los kamikazes del fútbol. Hay muchas personas que tienen las cualidades, pero prefieren ser delanteros o alguna otra posición. Una vez le pregunte a un amigo y me dijo “nunca pensé, el destino me escogió”. Seguramente se dio cuenta de que era malo con los pies (comprobado con el tiempo) pero quería jugar fútbol. Porque seamos sinceros ¿a quién le gusta de niño recibir balonazos en los recreos, o ser el más odiado entre los amigos cuando le hacen un gol bobo?

Es raro ver a alguien que jugó en una posición distinta a la de guardameta durante casi toda su vida, que en mitad de esta se ponga bajo los tres palos. Normalmente se es cancerbero desde que se está en la primaria o principio de secundaria. En esa edad los niños son extremadamente crueles, y el arco está destinado al más gordo del curso o al que usa gafas.

Rodillas y codos raspados. Camiseta totalmente sucia. Cara llena de polvo. Esas son las características del cuida vallas, a algo que le tocará acostumbrarse el resto de la vida. Pero no solo a eso. Le tocará acostumbrarse a tener una relación de amor y odio con el público. El goleador erra un gol y después tiene más chances. El arquero se equivoca, le hacen un gol y ni te cuento.

Está siempre de último, solo, protegiendo para que en un rectángulo de 7.32 x 2.44 metros no entre una esfera de entre 68 y 70 centímetros de circunferencia. Ahí nos encontramos con su lugar sagrado, ese que a veces lo usan como pared de fusilamiento. Desde los once metros se coloca un balón para que venga un tipo con la intención de matarlo, figurativamente hablando.

No creo que haya algo más bonito en un partido que el gol, así que tomando lo dicho anteriormente como cierto, podemos considerar al cancerbero como un anti-fútbol, ya que su misión es evitar la máxima alegría de un partido. Rara vez (exceptuando los Cenis, Chilaverts, Higuitas) un guardameta hace un gol. Rara vez un portero experimenta esa deliciosa sensación de poder patear al arco, ver como se infla la red y salir corriendo a celebrar con sus compañeros e hinchas, y saber que todos ellos están saltando y gritando por él. Algunos podrán decir que al tapar un penal es lo mismo, pero no creo. Nadie grita tanto un penal como un gol, a no ser que sea en el último minuto y les este dando un título.

Muchas veces le toca celebrar solo, lejos de los abrazos, de los alaridos, de las miradas. En su soledad se exalta, se agarra de las mallas, se guinda del horizontal, aplaude y grita pero nadie lo escucha. Hay algunos, que aburridos de esperar un abrazo en ese aislamiento, que cansados de no poder darlo en esos momentos, se recorren a gran velocidad 70, 80, 90 o 100 metros para poder compartir con sus compañeros.

Ya sé que he dicho que están en soledad, pero no creo que exista peor desierto que entrar a su casa alquilada, esa que está siempre a su espalda, esa de donde son perros guardianes, donde tratan de no dejar entrar a nadie ni a nada, y tener que sacar al balón de ahí. Esos dos o cuatro pasos que dan encerrados entre la malla y el aire, en donde les toca agacharse aceptando la caída de su castillo, para luego darle una patada a esa pelota. Sí, a esa maldita pelota que tantos problemas les ha causado. Esa que les pica mal, que se les escurre entre las manos, a la que piensa que pueden alcanzar pero los sobrepasa, a la que se les pasa por entre las piernas. Sí, a esa, a la pecosa. Con ella descargan su soledad.

El arquero casi siempre es figura o villano, extraña vez es un “normal” del partido. Puede usar las manos, pero no por eso es la posición más fácil, al contrario, para mí es la más difícil. Usan un color diferente al resto para poder distinguirse, para que la gente sepa con precisión quien es el de las atajadas salvadores o el de los errores.

Ellos no pueden espabilar. Ellos no pueden dudar. Ellos no pueden tener miedo. Ellos tienen que ser rápidos, ágiles  con reflejos e intimidar a los rivales. Sí, ellos, los gorditos y los de las gafas. Los que mandaban al destierro del arco por su aparente nula habilidad para el fútbol. Esos son los que se erigen como salvadores muchas veces, que sacan manos de donde no hay para proteger su cabaña, que se convierten en los guardianes del equipo, que están siempre allá atrás para componer los errores de sus compañeros, que dan literalmente la cara por ellos. A esos. A los gorditos y los de las gafas, son los que mandan a ocupar la posición más difícil e importante del fútbol.

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